Tener que largarse con presteza y sin más remedio de donde se está, forzada la voluntad del desplazado. (Es proverbial usar el verbo con la siguiente locución: Arrancar la caña. La popular frase puede tener un origen folklórico. Los romeros de lejos solían pasar las cumbres empuñando una caña tierna o seca, una cañaleja (V) o una caña dulce, blando, pero ilusionado valimiento del duro peregrinaje. Los de la caña dulce iban y venían a la Virgen jinamera, según se empieza a correr el camino del Sur. Cuando acababan las promesas y YA estaba bien de jolgorio, siempre habría un jefe de cuadrilla, menos animoso y armado de un gordo reloj, que allá cuando le parecía, diría de retornar. Y lo diría así: "¡Arrancando la caña!" Con lo que cada cual echaría mano de nuevo a su elemental báculo y saldría al camino, de vuelta).

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