Publicado el 30-03-2020 19:29

Desde afuera a Pancho Guerra, en su primer centenario Ricardo Garcia de Celis


Resulta de ser que ya son muchos los años que lleva uno afuera de la “Redonda”, como es llamada, ya saben, nuestra peña. Apartado de quienes entienden, igualito que servidor, una muy concreta forma de estar en el mundo, una muy concreta forma de ser, desde lo pequeño y ecléctico de una isla hermosa y maltratada. Aferrado como una lapa a la identidad porque sin ella, señores, no seríamos quienes somos. Añoro nuestra templada luz en cada rincón del invierno peninsular. Si no abico antes para las plataneras, déjenme así hasta el regreso, pues en el amor al terruño quisiera parecerme al maestro Pancho Guerra.

     Afuera me nace, a veces, la necesidad de margullar allá, en la realidad querida, pero no siempre es posible el viaje. Y si una escudilla de leche con gofio puede representar para mí lo que para Marcel Proust representó una magdalena, algo más importante poseo que, ineluctablemente, me conecta al tuétano insular: “Los cuentos famosos de Pepe Monagas”. ¡Cosita asiada, caballeros!... con ellos río y me emociono, pero… ¿no estarán, al golpito, convirtiéndose en yacimientos de modismos fósiles por el desuso?

    En una enorme y vieja maleta de cartón, amarrada con hilo carreto, trajeron mis padres buena parte de los escritos que en Madrid dejara, tras su repentina muerte,  Pancho Guerra, pariente de ellos. Tan humilde cofre debía de contener un gran pedazo de uno de los mayores tesoros literarios del archipiélago: cuentos, entremeses, artículos, crónicas, un léxico de Gran Canaria inacabado… ¡sé yo! Requintada iba la maleta y, de remplón, vino a reventar en plena calle. Volando salieron muchos papeles que mis padres, desalados, se apresuraron a recoger. No hace mucho me lo volvía a contar mi madre. Su concuño Pepe, hermano de Pancho, les había pedido el favor y ellos, gustosamente, se lo hicieron; pequeño detalle que casi nadie sabe y del cual yo me siento, modestamente, orgulloso. Pero, al mou, caballeros, no meritó la pena dicho esfuerzo, ni tampoco el de aquellos buenos amigos que, en loable empeño, acabaron lo que el escritor no pudo. Yo no soy más que un simple aficionado a la lectura con ínfulas de escritor (los de verdad sabrán disculpar), pero, oigan… ¿se estudian en los colegios canarios la vida y la obra de Pancho Guerra?  

    También da pena, señores –y alijo que voy acabando-, que en las librerías nadita jáiga del autor que tanta profundidad dio a su vida transmitiéndonos, de forma magistral, el íntimo palpitar isleño. En este 2009 se cumplen cien años de su nacimiento y, al parecer, la fundación que lleva su nombre va a ser capaz de reparar tremenda  falladera. Yo, desde aquí, me alegro, les animo y les felicito por ello. ¡Miren a ver, al favó!... no vaya a ocurrir que, entre tanto bestseller mundial y tanto libro del momento, perdamos nuestro lugar en el mundo y, al final, nos quede un gusto más sobre lo amargo que sobre lo dulce y suculum.

Ricardo García de Celis

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