Publicado el 21-06-2010 15:29

Soy un poco despistado, aunque creo que en general bastante responsable. Por eso, no es muy normal, y por suerte nada frecuente, lo que me sucedió poco tiempo después de terminar en la Universidad de La Laguna la carrera que nunca ejercí, Filosofía y Ciencias de la Educación, a mediados de los años ochenta.


Fui en aquella jornada de noviembre del 86 responsable directo y único de un incidente doméstico, afortunadamente menor, sin desgracias personales y, eso sí, con algunas pérdidas materiales.

Me encontraba en casa de mis padres, quienes dejaron a mi cargo la vigilancia de la comida, creo recordar que un potaje de lentejas, uno de mis platos favoritos. Mientras se guisaban las lentejas, seguro que procedentes de Lanzarote, me puse a leer un libro que me embebió completamente.

La capacidad del autor para captar la idiosincrasia del isleño, su humor, su acercamiento a una ciudad y una isla que en pocas décadas habían experimentado una profunda transformación, su respeto a canarismos todavía presentes en nuestra habitual forma de expresarnos y otros ya perdidos para siempre…

Todos esos factores conjugados con mi alejamiento de la cocina y mi escaso olfato dieron al traste con el potaje, que pereció casi carbonizado, con el consiguiente disgusto personal y familiar, superado con la comprensión y amabilidad de mis padres. Nos vimos obligados a improvisar, sobre la marcha, otro almuerzo alternativo.

El libro en cuyas páginas margullaba ajeno al mundanal ruido era ‘Los cuentos famosos de Pepe Monagas’, en edición de la Mancomunidad de Cabildos de Las Palmas (1976), con dibujos de Felo Monzón, Eduardo Creagh y Eduardo Millares Sall (Cho-Juaá), caricaturista y fino humorista gráfico este último, aunque nuestra consejera de Turismo lo confundiría, sin duda, con un fabricante de cloruro sódico.

Los arranques de Monagas en las situaciones más dispares y comprometidas me hicieron disfrutar entonces y lo hacen hoy cuando releo alguno de los cuentos escritos por el prematuramente fallecido Francisco Guerra Navarro (1909-1961), autor también de una de las canciones canarias más populares y más cantadas, ‘Somos Costeros’.

Ahora, treinta años después de aquel suceso, el Cabildo Insular de Gran Canaria, con el impulso de la Fundación Pancho Guerra -que preside Miguel Guerra, cuyo entusiasmo y perseverancia tienen mucho que ver con el rescate de la obra de su tío- acaba de editar ‘Las memorias de Pepe Monagas’; a las que seguirá su ‘Léxico canario’ y la recuperación de otra parte significativa del trabajo del escritor nacido en Tunte, entre otros artículos periodísticos –sus crónicas de tribunales, firmadas con el seudónimo Doramas en el periódico madrileño ‘Informaciones’, seguro que de una gran frescura y originalidad- y guiones cinematográficos y radiofónicos.

Aplaudo de forma apasionada esta iniciativa editorial que nos permitirá conocer más a Pancho Guerra y a la sociedad canaria de su tiempo, lo que también contribuye a interpretar los cambios producidos y a entender mejor cómo somos hoy, en estos comienzos de siglo y milenio.

Considero de justicia –como ya han reclamado distintas personalidades e instituciones- que, aprovechando el cincuentenario de su muerte, el Día de las Letras Canarias del año 2011 sea dedicado a un autor esencial para entender Canarias y su gente, y que hasta ahora no ha contado con el reconocimiento que merece.

Y, sobre todo, invito a la lectura de una obra de gran calidad literaria.
 

Eso sí, para evitar males mayores, por favor, no lo hagan mientras cocinan.

Enrique Bethencourt

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