Obsesión o idea fija en que suelen caer especialmente los nerviosos y los chiflados. (Cuando a un isleño se le mete un barrenillo está perdido, porque sus paisanos lo aprovecharán, como a limón propicio, para estrujarle basta la última gota del tino, convirtiendo su ligero desacuerdo en un motivo de regocijo, en ocasiones delicioso).
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