Pan tostado y endurecido al horno como recurso, especialmente empleado por los campesinos, para conservar el amasijo, que, hacen esporádicamente. (La denominación, que es castellana, nos parece desaparecida del habla popular en la Península, mientras en Gran Canaria conserva una absoluta vigencia. El bizcocho, también llamado "pan bizcochado", se sirve en las tabernas y bares isleños como complemento indefectible del aperitivo, tapa o enyesque. Algo de lo que ocurre con el pastel ocurre en Gran Canaria con otro bizcocho: que es también, por antonomasia, un dulce singular y legendario, sin variante alguna del mismo nombre. La pasta de harina, azúcar y huevos de que se compone sale de los moldes con una inalterable forma, semejante a la de la "magdalena" peninsular. Hay dos ricas variantes: la del "seco" y la del lustrado. Aquéllos van al horno sin más aditamentos, adquiriendo una bizcochadita y dorada esponjosidad. Los lustrados reciben una confitura, bañando en almíbar su parte alta, con lo que se quedan de rechupete. De aquéllos cobraron fama unos que hacían en el lugar de El Hormiguero, raya de Guía.De los "ilustrados", como muchos isleños los llaman ingenuamente, siguen pregonados los de Tamaraceite, que empezó a hacer, para su local eternidad, Doloritas Alfonso, una ventera del camino que lleva al norte de la Isla. A la bizcochera famosa hasta la pusieron en coplas. Se cantaba -tal vez se canteaún- este estribillo de folías: "Dolorsita Afonso de Tamaraseite -, biscochos lustraos -palillos de dientes". En castellano figura un dulce con el mismo nombre y una composición semejante: flor de harina, huevos y azúcar, cocida esta pasta al horno. Pero los pasteleros peninsulares debieron olvidar esta variante de su surtido, porque no se la veía, al menos en Madrid. En cierta ocasión, doña Aniquita Quevedo, hija del famoso médico y anecdótico personaje insular don Cristóbal Quevedo, animó a un dulcero de la capital, que abre su tienda en la calle de Don Ramón de la Cruz, para que hiciera "bizcochos a la canaria". Se animó el industrial, que luego los ha puesto en el escaparate, en sitio muy vistoso y con un cartel en lo alto que, con ortografía isleña y todo, reza: "Biscochos canarios". Pegaron. Y se siguen vendiendo. Don Eduardo Benítez Inglot, que se nos murió llevándose -ignoro si dejó manuscritos- el más rico y sabroso anecdotario insular quizá de todos los tiempos, contaba que donde hoy está el Hotel Madrid, en Las Palmas, hubo un café en competencia con otro que abría en la Plazuela, ENTRE uno de los bancos que según don Chano Padilla había allí -el Banco Hispano- y la barbería todavía existente. Alguien interesado en desprestigiar el chocolate, del de la plaza de Cairasco decía que la cantidad que servían era tan mezquina "que empurraba usted el "biscocho" y se lo chupaba del bolichazo".
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